miércoles, 5 de octubre de 2011

NADA ES INMINENTE


"Make tomorrow" Peter Gabriel

“Inminente” proviene del latín “Imminere”. Significa “amenazar”. Así que inminente es algo que amenaza con caernos de pronto encima. Pero acostumbramos a confundir la calidad de los eventos con la emoción que nos causan. Algo nos indigna, por tanto, es indignante. ¡Paparruchas! Por añadidura, cuando sentimos aprensión por que las cosas se tuerzan malamente, pensamos. “Esto es inminente, me puedo dar por jodido”. Da igual que eso se corresponda con la realidad objetiva o no. Ocurrirá. En un puñado de ocasiones así pasa. Por nuestro empeño en arrinconarnos hacia lo que creíamos que estábamos abocados. En el resto, que son la mayoría, ocurre cualquier cosa. La que menos imaginamos suele llevar todas las papeletas.

“Nada es inminente” Eso debió pensar Carl Friedrich Gauss cuando lo sacaron de la mazmorra. Llevaba días esperando a que lo pusieran contra un paredón, así que el alivio era grande. Gauss era matemático. Es el tipo de la campana. Sí, ésa, la Campana de Gauss. La que dice que los procesos emergentes y bien dirigidos ascienden hasta su punto máximo de desarrollo, se quedan así un ratito y si no los mimas y riegas con ideas nuevas y frescas se lanzan de nuevo al oscuro vacío como en el desplome de una montaña rusa. La expresión aritmética de que no hay que despistarse y dar por sentado que las cosas van bien. Van a ir bien pero no van a seguir ese sendero sólo porque sí. Hay que currárselo un poco.

A Carl Friedrich le habían enchiquerado en Brunnswick por sus ideas ultraconservadoras y próximas al corolario político de su mecenas, el duque de dicho lugar. Un noble innoble que le gustaba rodearse de lumbreras para dar cuenta de una sensibilidad imaginaria que no repartía con sus súbditos menos letrados. Llevaba años financiando los proyectos de Gauss, e inoculando en él sus ideas más retrógradas. La verdad es que era una bestia parda con ínfulas y nuestro personaje había decidido mirar hacia otro lado mientras tuviera cama, comida y papel para sus teorías. Que fuera un genio de los números no significa que no fuera gilipollas. En 1806, los ejércitos de Napoleón entraron en sus tierras, trayendo sus ideales ilustrados. A los adalides de la Revolución no les hizo ni pizca de gracia que una mente privilegiada nacida en el seno del pueblo llano se hubiera vendido a los caprichos de un oligarca carne de guillotina. Así que le echaron mano y estaban perdiendo la paciencia con su geométrica tozudez cuando alguien intercedió por él, y le salvo de aquello que parecía… inminente.

Tras su liberación, descubrió que su salvador era Monsieur Le Blanch, un colega de disciplina con el que llevaba tiempo carteándose. Su benefactor había removido cielo y tierra hasta dar con el comandante francés de la fortaleza que donde estaba retenido y en capilla. No sabemos que argumentos esgrimió para sacarle de allí. Los méritos intelectuales de Carl eran a esas alturas evidentes, y su falta de tacto político también. Yo me decanto por lo de la gilipollez. Estas cosas suelen funcionar así. Algo como “Excelencia, el sujeto en cuestión tiene un cerebro para lo suyo, pero para nada más. Déjelo marchar, es inofensivo”. Veleidades mías. En cualquier caso, fuera lo que fuera, surtió el efecto deseado.

Contra todo pronóstico, Le Blanch se mostró esquivo a los razonables deseos de Gauss de mostrarle su agradecimiento en persona. Gratitud que había difuminado la anterior envidia sana o insana que había sentido hacia el misterioso profesor. Años antes, Le Blanch había postulado una teoría sobre los números primos de gran envergadura. No me preguntéis, yo soy de letras, pero puedo decir que aclaraba el entendimiento del trabajo visionario del propio Gauss. Además, puso la primera y más importante piedra en la ardua búsqueda de la solución del Último Teorema de Fermat que se resolvería doscientos años después. Una cosa de cubos y cuadrados que es como el santo grial de las ciencias exactas. No importa en qué consiste, pero mola saber que Fermat halló algo correcto, iluminador y muy humano sin saber demostrarlo de manera teórica ni empírica. A estas alturas, podéis imaginar lo seductor que me parece. Creo a pies juntillas que encontramos soluciones propias y acertadas a los dilemas de este viaje, sin tener ni pajolera idea de cómo hemos llegado hasta allí. Y aunque dudamos como perros, sabemos que son ciertos. Quizás las únicas certezas verdaderas que albergamos. Y los demás que digan lo que les venga en gana.

Pero volviendo al hilo de este dislate, al final Le Blanch abrumado por las circunstancias, el revuelo montado en la comunidad académica y los reconocimientos se avino a encontrarse con Gauss. El alemán de las curvas peligrosas no se encontró con un anodino y ensimismado alter ego sino que fue a toparse con una de las más grandes sorpresas de su vida. Probablemente la mayor. Monsieur Le Blanch no era tal, era una mujer llama Marie Sophie Germain. Autodidacta, inteligente y decidida. A la par, la autora de esas teorías adelantadas a su tiempo y la artífice de su liberación era una persona ninguneada y puteada, para que andarse con paños calientes, por su género. No le habían permitido ir a la universidad politécnica, no le daban un título y para formular sus descubrimientos tenía que disfrazarse de señor viejales en sus cartas e informes. Los culpables eran los mismos que no habían movido un dedo para ayudar al germano. Sin embargo, ella se jugó el prestigio, la honra y se había arriesgado al ridículo público por salvar el pellejo de un elemento al que ni conocía y sólo respetaba por su trabajo. En definitiva, había hecho lo contrario de lo que llevaba sufriendo en sus carnes toda su vida. Dar un paso adelante por alguien, más allá de los putos prejuicios de mierda (¡perdón!). Tender la mano, con todas las opciones en contra, y demostrar que nada es inminente para nadie si tienes la entereza suficiente.

Esta hazaña personal, no le deparo grandes réditos a Marie Sophie. Más bien lo pago caro. Ninguna buena acción queda sin castigo. Desvelada su identidad, y a pesar de los esfuerzos de Gauss, nunca consiguió el reconocimiento debido en vida. Le siguieron dando de lado porque algunos no podían tragar que una mujer tuviera más saber y más güebos que sus señorías. A mí me gusta pensar que a ella le importaba un pimiento, que estaba a lo suyo porque estar en paz y equilibrio con uno mismo es la única manera de poder ofrecer algo a los demás. Era una persona de hechos y no de palabras, propias o ajenas. Y me entristece que en su fe de defunción, el funcionario de la república de la Igualdad anotara como ocupación, arrendadora de fincas. En realidad, no me entristece, me hace avergonzarme de ser un hombre. Es lo que hay.

Madmoiselle Germain tendría sus noches oscuras a solas consigo misma. Por muy valiente que fuera. Se sentiría sola y algo cobardica. Con ganas de tirarlo todo por la borda. El peso de nuestra cultura y los miedos que nos tatúa pueden laminar a cualquiera en horas bajas. Desearía decirle que eso no empaña su vida sino que la adorna. Que le da una dimensión enorme a su entrega. Pero no puedo porque ya no está aquí para escucharlo. Y me resisto a no hacerlo así que...


...Querida Marie Sophie, estés dónde estés, seas quién seas, sé que te sientes incomprendida. La eterna lucha entre tus convicciones y las convenciones mundanas es una pelea desigual. Quizás en tu entorno no quieran entender cuál es el camino que has tomado. Quizás te nieguen esa herramienta que necesitas. Quizás hayas encontrado un espacio vacío donde debiera estar. Puede que pienses que te distraes más de la cuenta, y eso te impide llegar más lejos. Puede que, a ratos, estés confundida. Pero no es así. Eres fuerte. Tu esfuerzo no es baldío. Importas y eres importante, dos cosas que se parecen pero que no son lo mismo. Yo he estado confuso y tu inspiración me ha sacado de ahí. Me ha permitido comprenderlo todo sin entender nada en absoluto. Me ha salvado un poco de mí mismo, algo que todos necesitamos. Y me gusta caminar a tu lado. Por ese umbral que quieres cruzar. La vida nos sorprende. Toma mi mano si la necesitas… o no. Da igual. No importa, porque nada nos amenaza. Nada es inminente.


a.

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