domingo, 24 de junio de 2012

UNA PIZCA DE SAL




Un hombre se disponía a celebrar su cincuenta cumpleaños con un gran banquete. Cuando iban a sentarse a la mesa un invitado pregunto a la mayor de las tres hijas de aquel hombre como era su amor por él. “Mi amor es dulce como el azúcar” contestó ufana. Los asistentes mostraron su satisfacción, y el hombre su orgullo. Al escucharlo, la pequeña de la familia se apresuró a decir que el amor que sentía hacia su progenitor era “dulce como la miel”. Todos sonrieron alborozados ante sus palabras. Y, acto seguido, sus miradas se posaron en la mediana de la prole, esperando una cariñosa respuesta a la misma pregunta. Muy segura de sí misma, la chiquilla dijo “Mi amor por mi padre es como la sal”. La sorpresa rondó por el salón, mientras rumores malintencionados pasaban de boca en boca. El padre, estupefacto, pidió la comida e intento disimular su decepción. La joven fue en busca de las viandas. Al cabo de un rato, volvió con tres platos para él. Todos contenían lo mismo, su guiso favorito. El hombre pregunto porque le servía esos tres platos en vez de uno sólo. Y la joven contestó: “He cocinado tu receta sin sazonar. Después he puesto azúcar en el primero, miel en el segundo, y la justa pizca de sal en el último”.

Cuando decimos “sal” algunos saben que hablas de aquello que da sabor a la vida. Otros, en cambio, sólo piensan en el nombre de la única piedra que se come.