domingo, 25 de septiembre de 2011

LA APNEA EMOCIONAL Y LA LÍNEA RECTA


"Is anything wrong" Lhasa de Sela

Dicen que cuando te sumerges en el agua, e intentas averiguar cuánto tiempo vas a aguantar ahí abajo, ocurre una cosa bastante peculiar. Nuestro cuerpo, que suele ser bastante más eficaz que nuestro intelecto, te envía una señal. “¿Sabes lo que haces, brotha?”. Y lo hace en forma de miedo. El miedo es una emoción básica que todos conocemos y casi nadie reconoce, al menos en frío. En los animales funciona como un mecanismo de alerta. Sube la adrenalina, los sentidos se afilan y los antílopes salen corriendo sanos y salvos. Los humanos, por irracionales, tendemos a bloquearnos. De hecho creo, que la definición del miedo es la incapacidad de pensar. Nuestros ojos se abren como platos  pero no recogen nada, y en nuestros oídos sólo hay ruido blanco. Te asustas. No aguantaré ni un segundo más aquí. Sí le das cuartelillo a eso se abrirá la puerta del pánico y ya no serás tú. Lo divertido del asunto es que en ese momento tus pulmones no han llegado al límite. Ni de lejos. Suele ocurrir al rayar el primer minuto, y hay un tipo por ahí con un record de once, así que aún tenemos margen de maniobra suficiente. En otras palabras, tenemos la posibilidad de sentir, pensar y actuar.

La apnea es un deporte basado en esto. La inmersión a pulmón libre. Bueno, en realidad no es un deporte. No hay entrenamiento convencional concreto. Las reglas son muy simples. Se reducen a ver hasta dónde llegas sin pifiarla. Y aunque tiene forma de campeonato, allí no compites con otros sino que tienes un largo diálogo contigo mismo. La preparación mental es mucho más importante que la física. Se me antoja muy parecido a los dilemas de la vida. Entre los 60 y los 80, este ¿pasatiempo? ¿desafío? vivió emocionantes duelos entre dos amigos, Jacques Mayol y Enzo Maiorca. Los que inspiraron una peli, “El Gran azul” que por poética me interesa mucho más que la realidad. No voy a extenderme en su descripción. Disfrutadla si podéis. Pero de la vida real de Jacques Mayol, hay un dato que me parece muy llamativo. Un día no le permitieron bajar más. Ni a él, ni a nadie. Los médicos decían que era un suicidio. Los jueces y los equipos de seguridad que esperaban al final de la línea con una escafandra blindada no querían subir acompañados de un cadáver. Ninguna organización quería hacerse cargo de una tragedia. No se podía llegar por debajo de los cien metros. No era posible, y punto. Las pruebas se cancelaron. Pero Jacques aprovecho un evento colateral para llevar a cabo su propia gesta. Le invitaron a probar un reloj de precisión llamado Seamaster 120. Creo que lo de 120 iba por los metros. No tengo ni idea, pero supongo que asumir que una máquina de lujo pudiera llegar más allá de donde le permitían, no estaba entre sus planes. Así que el francés aprovecho para saltarse la barrera y llegar a los 105 metros. Espero sinceramente que el puto peluco reventara en el proceso. Porque esos trastos sólo se miden a sí mismos… y el tiempo no existe... Hacemos nuestras propias reglas cuando confiamos.

A los patrocinadores del evento no les debió hacer ni pizca de gracia. Pero ellos se habían ocupado de que fuera lo más público posible así que el daño ya estaba hecho. Hoy día hay un elemento que dobla la marca y da fe de que llegamos hasta donde queremos llegar. Todo es cuestión de decisión, el que se compromete vence. Ese tipo de la organización, que respira helio, y que nos hace señales para que volvamos al barco de los cuerdos no es de nuestro mundo. Como una sierna nos llama al Limbo. El de la Divina Comedia. Donde desesperan todos aquellos que decidieron no decidir nada. Los que en el momento de la primera alerta, bajaron los brazos y se dejaron a la rutina. El verdadero infierno dantesco. Lo dicho, destinado a los que consumen helio, y tienen voz de pato. No apto para los que desean sumergirse.

Los practicantes de la apnea utilizan una cuerda con un ancla para no perderse en sus acuáticas idas y venidas. Un hilo conductor entre las olas de arriba y la paz de abajo. Lo hacen porque la presión embota los sentidos y la orientación. La presión suele ser un enemigo más contumaz que la asfixia y esa línea fácil te lleva a la ¿seguridad? Pero no hace demasiado he descubierto que una línea recta no es el camino más corto entre dos puntos. Diga lo que diga Euclides. Ni de coña. Todas las cosa que nos han ocurrido nos llevan adonde estamos. En una inmensa curva. Todos esos momentos que no se perderán como lágrimas en la lluvia. Todas esas tardes de primavera y las noches de verano. Esa mirada en la playa que lo dijo todo sin decir ni pío. Ese hastío que ofusca, doblega y me rindió en el peor segundo. Esa calle a la que no quieres volver. Esa pradera a la que siempre deseas, y no digo quieres, regresar. Ese clic de obturador que me dice quién fui durante un sesentavo de segundo. Ese brindis sin sol. Todos esos felices encuentros al ocaso. Esa dulce amargura al final de la escapada. Esas vueltas a casa. Esa música lejana. Ese aroma que envolvía mi mano en otra mano. Esas idas y diretes. Esas largas caminatas por el desierto donde aprendes que, sin rumbo, terminas caminando en círculos porque tienes una pierna más larga que la otra… esas pequeñas asimetrías de la vida. Todo eso, y algo más, flotó ingrávido frente a mí, mientras contemplaba a un caballo trotar en círculos en torno a su único universo. A vueltas sobre alguien que superaba sus miedos. Alguien que confiaba. Presenciarlo fue muy, muy real... y muy, muy hermoso. Se me coló dentro, y desordeno con exquisito concierto este rompecabezas.

Así aprendemos. Usando el miedo como motor. Aprendiendo de los que caminan a nuestro lado. De verles superar sus temores y preocupaciones. Inspirándonos en su fragilidad. Esa que los hace enteros y completas. Todos albergamos inquietudes oscuras. Nadie está tan equilibrado para no tenerlas. Nos cuesta reconocerlas, porque nos hace vernos débiles y vulnerables. Pero hay que tener dudas para dejar de tenerlas. Las albergamos y decidimos. Confiamos. Practicamos el Arte de Vivir. Con maestría, si eso es posible. Y también permitimos a los demás que se apoyen un poquito en nosotros. No es gran cosa, pero si lo es porque hace que todo merezca la pena. Sabes que ibas hacia algún lado durante todo este tiempo. Y que aún aire de sobra en este corazón. Que quiero quedarme en estas aguas calmadas un rato más. Que quiero estar aquí. Aquí estoy. Aquí estamos. Éste es el camino a casa. Todo ocurre ahora. ¡Joder! ¡Sí! ¡Ahora!

Confianza. Al final… y al principio se trata de esto. Y sólo de esto. Vamos a confiar en nosotros y los que tenemos a nuestro alrededor ¿o no? Cuando estamos en esas profundidades. Esas que hemos elegido, porque estamos allí por algo. Cuando sentimos que el cerebro se nos queda hipóxico. Cuando creemos que no hay nada que hacer. Cuando creemos que el futuro se acaba, y el pasado no nos sirve. Cuando el miedo nos atenaza y sólo pensamos en que debemos volver a la superficie a por más oxígeno. En ese momento, aún queda mucho en la reserva si confiamos. Lo suficiente para ver lo bueno que hay en nosotros en ese preciso instante. Y nada más que en ése instante. El presente deja de estar ausente. Es entonces cuando las cosas cambian. Cuando mejoramos. Cuando tus acciones se corresponden con tus sentidos y con quien eres. Cuando descubres que aún hay tiempo para Todo. Y que ese Todo va a ir bien. Muy bien.

a.

PD Gracias por ayer… gracias por ahora.

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